Todos pasamos por malos momentos, por crisis económicas, familiares
o personales. A lo largo de nuestra vida, seguro que hemos vivido varias de
esas crisis y las hemos superado. Hablar de crisis o problemas en los adultos
parece lógico y normal, pero a lo que no estamos acostumbrados es a hablar de
las «crisis de nuestros hijos». Ellos pasan también por estos malos momentos. Crecen
en altura y conocimientos, pero también en emociones, responsabilidad, relaciones
afectivas… Para ayudar a nuestros hijos, lo primero y fundamental es que
nosotros hayamos resulto nuestras crisis por varios motivos; porque les daremos
un sistema de valores coherente durante toda su vida; porque seremos para ellos
personas fiables en las que confiar a pesar de nuestros fallos y malos momentos;
y porque ellos no serán el blanco de nuestra frustración. Al igual que las
crisis económicas, las crisis personales, cuando no se resuelven bien, tienden
a repetirse con cierta frecuencia, como si nos recordaran lo que aún tenemos pendiente,
pero con el problema añadido de que se vuelven más profundas y duraderas en el
tiempo.
Como nosotros cuando tenemos problemas, ellos necesitan que
les ofrezcamos un cariño incondicional (abrazos, besos, mimitos variados), ser
escuchados y, si podemos, alternativas a su situación. Ellos sienten lo mismo
que nosotros: miedo e inseguridad, pero la diferencia fundamental es que no
tienen el mismo vocabulario y las mismas habilidades personales que nosotros.
Las primeras personas en sufrir su mal humor somos los que convivimos con ellos:
padres y hermanos. La paciencia no es la única receta, pero sí que es
necesaria. Tenemos que enseñarles a reconocer sus emociones, el origen de las
mismas y las consecuencias que ellas tienen sobre ellos y sobre los demás. Pero
si nosotros no hemos superado nuestras crisis, no seremos buenos modelos para
ellos, porque no sabremos cómo mostrarles el camino que deben seguir
Hemos asumido la responsabilidad de cuidar de nuestros
hijos y ello implica, no sólo el
sustento, sino nuestro propio crecimiento personal. Si no resolvemos nuestras
crisis, difícilmente podremos ayudar a nuestros hijos a superar las suyas.
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