Esta frase la escuchamos continuamente cuando hablan de
nuestros hijos, lo dicen los tutores, la psicóloga, los entrenadores…
Normalmente la escuchamos cuando se refieren a que nuestros hijos pueden ir con
un ritmo algo más lento que el del resto de los alumnos. Si es al inicio del
curso, pensamos, como bien me expreso una madre, “eso no me va a ocurrir a mí, si mi hijo va
más lento ya aprenderá”, pero cuando la realidad se asoma a nuestra vida y
vemos que nuestro hijo va más lento, saltan todas nuestras alarmas y,
curiosamente, suele ser para responsabilizarnos en exceso: ¿Qué estaremos
haciendo mal? ¿Tengo que hacer más deberes con ellos? ¿Le apunto a una
academia? ¿Le quito de las extraescolares?….
Lo importante es seguir manteniendo la calma y preguntar a
los profesionales que le están educando. Una vez hice una sencilla operación
matemática para intentar explicar porque ellos, a pesar de nuestros agobios, sí
saben donde está el ritmo “normal” de aprendizaje. Os comento: un aula tiene de
media 27 alumnos, pongamos que ese profesor no sale de clase en todo el curso y
no imparte otra asignatura a ningún otro grupo más. Pongamos que lleva 10 años de
docencia; son 270 alumnos que él conoce. ¿Cuántos de nosotros podemos decir que
conocemos a 270 niños de la edad que sea? Por muy extensa que sea nuestra
familia o nuestra red social (y no me refiero a Facebook o Twitter), no
llegaremos nunca a esta cifra. Confiemos en ellos, pero la confianza se mantiene
porque existe una buena comunicación. Expresemos nuestras dudas y dejémonos aconsejar.
Es verdad que la normalidad no existe porque todos somos únicos, diferentes e
irrepetibles. Deberíamos ser nosotros, padres y madres, los que más respetemos
este ritmo de crecimiento sin compararlo con los de los amigos, los hermanitos
o nosotros mismos.
En la próxima entrada hablaré de los niños que destacan en
los estudios, el deporte, actividades artísticas… Ellos también existen.
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