Pero, ¿qué ocurre con el que es
el primero en algo y destaca, ya sea en el deporte, en los estudios, en el arte
o en cualquier disciplina?
Lo primero que pensé es que ellos
también tienen derecho a conseguir sus
objetivos aunque sean diferentes a los del resto, pero luego me di cuenta
que también son niños y niñas que tienen sentimientos.
Cuento esto porque, con cierta
tristeza, en ocasiones oigo palabras y veo gestos de incomprensión hacia estos
alumnos, tanto por parte de los mayores como de sus compañeros. Y ellos, cuando van siendo más mayores, se
hacen muy conscientes de este hecho y esconden, por ejemplo, los trofeos que
ganan en las olimpiadas o procuran no sacar un diez para no ser un friqui. Es verdad que educar en la
diferencia es una tarea algo difícil: enseñemos que el mejor objetivo es el que
se marca uno mismo y el esfuerzo que pone por conseguirlo, y así evitaremos las
comparaciones que tanto daño nos hacen y hacen a nuestros hijos.
Educar en la tolerancia y el
respeto es simple, pero hay que estar
alerta para ser conscientes de lo únicos e irrepetibles que somos cada uno de
nosotros y, por lo tanto, necesarios y valiosos para los demás. Se trata de
enseñar a nuestros hijos a valorar a cada a una de las personas con las que
conviven. La diferencia siempre va a
existir y nos enriquece a todos.
Educar en la diferencia, la
tolerancia y el respeto es enseñar que si a todos nos gusta que nos reconozcan
lo que hacemos bien, a los que son el número 1 (vaya con todo mi cariño)
también les gusta que se lo reconozcan. Ellos también se esfuerzan, se
entristecen, sufren, quieren y desean lo mismo que todos los demás niños. Los
más pequeños aprenderán pronto que cada uno tiene una meta diferente, pero lo
que nos hace iguales es que necesitamos del afecto de los demás para ser
personas libres y felices.